viernes, 26 de marzo de 2010

en el pasto


Me rió gratamente. A mi se me retorció la fibra neutra, pero casi no reaccione, siempre de piedra, no se por qué, pero así. Ella traía la guitarra y tras sus lentes obscuros se adivinaban unas pequeñisimas arrugitas en sus ojos, no se si testigos de mucha risa o mucho llanto, tal vez de ambas. Caminamos juntos un rato conversando sin parar de mil cosas.

Se me había hecho la semana densa como una cucharadita de plomo hasta ese día.

Luego terminamos tocando guitarra en el pasto, frente a las torres de tajamar (creo que ese era el lugar). Las micros, como bestias en estampida hacían un boche tremendo y la guitarra sonaba tímidamente como el dedo de un niño pidiendo la palabra en una conversación de adultos. Yo tratando de escuchar (en teoría eso hacía, aunque en verdad lo hacía) me acercaba a la guitarra, a la guitarra que ella tocaba.

Un par de versos malos mal dichos (mis versos), un deíto malo que tocaba hermoso y una voz lastimada que aun maltratada sonaba cristalino, libre de toda imperfección, impoluta.

1 comentario:

  1. Simplemente me encantó tu relato... hermoso, creo que intentar explicar esto con palabras más complejas estaría de más...

    Cordiales saludos!

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